Una historia en un vallenato y una vida en el acordeón
A veces solamente se necesita vivir para escribir, para cantar, para pintar. A veces sólo basta cometer errores para tener motivos. Y algunas otras veces, muchos nos encontramos con un fracasao y lo convertimos en un tema de conversación.
Con un vallenato nací; con un vallenato crecí y muy seguramente con un vallenato voy a morir. Me gusta el de antes, el viejo, que ahora se conoce como “yuca”. Me gusta porque cuenta historia, porque narra sentimientos, porque permitía imaginar, enamorarse, doler, despecharse.
Me gusta su rima, su prosa, su coherencia, su cohesión. Es una crónica cantada, es una historia que va pisada de las notas de un acordeón que llora cuando tiene que llorar, que ríe cuando tiene que reír, que grita cuando ha de hacerlo.
Es una tradición, es un folclore, es una herencia. Y lo he adoptado en mi Deezer, como el playlist de más reproducciones. Tiene el sentir que al reguetón le falta, tiene el sabor que a la salsa le sobra y por sobre todas las cosas, tiene las letras que cualquier poeta pudiera haber escrito.
Lo único indispensable en un vallenato es vivir. Vivir para contarlo, para cantarlo, para bailarlo, para dedicarlo, para embriagarlo. No estipula edades, no limita a gustos, no estigmatiza razas. Es de todo para todos.
Como amar. A todos nos toca. Algunos bailamos más que otros, otro sufrimos más que otros, pero a fin de cuentas, amamos. Así es el vallenato, una historia que vivimos, un disco que cantamos, una letra que contamos.
Y como la vida sabe mejor con cerveza, el vallenato es más sabroso con cebada. ¡Salud!
Por: Cindy Torregrosa C. / @nana_torregrosa