Empecé a soñar hace mucho, pero empecé a vivir como siempre soñé hace poco. Y ese hace poco empezó, exactamente, hace dos meses.
Una vez terminé la universidad, decidí venirme a vivir a Bogotá, tal y como muchos de nosotros sueñan con irse a Estados Unidos a realizar el tan hablado “sueño americano”.
No sé más allá de lo que cuentan las películas cómo es la vida fuera del país y mucho menos conocía de los sacrificios a los que debemos estar sujetos para conseguir, finalmente, todo con lo que un día soñamos. En mi caso, lo que no sólo un día soñé, sino lo que aún sigo soñando.
Decidí venirme con una maleta cargada de mis pocas cosas. Me arriesgué a coger un avión sin tiquete de regreso a Barranquilla, mi cunita de oro. Y desde entonces, he sabido qué es valerme por sí sola.
Antes, me desentendía de mantener “la casa en pie”, como me decía Lily, mi mamá. Hacía oídos sordos a meterme en la cocina, veía a la escoba de reojo y de arreglar la cama, si por mi fuera, dormí en el piso.
Duro, pero divertido. Aburrido algunas veces, pero aventurero. Con la soledad como la única compañía, pero a fin de cuentas, teniéndonos sólo la una a la otra. Y así, comprendí el significado de “vivir sola” y su magnitud. Entendiendo de magnitud como responsabilidades.
No me ha quedado grande y no me ha disgustado; pero tampoco me ha sido fácil y no significa que no extrañe mi zona de confort.
Entonces comprendí que soñar es también retarte. Día a día competir con tu yo interior que tomó el impulso de partir del hotel mamá y que hoy me tiene caminoteando las frías y solitarias calles de Bogotá, que aun con mil tropiezos en cada paso, me mantienen hoy con la chaqueta puesta y la mirada siempre hacia los cerros.
Llueve muy seguido y eso no es excusa para no salir. Recuerdo que en Barranquilla cuando llovía era la excusa perfecta para dormir. De ser así, acá me pasaría la vida durmiendo; pero no vine a dormir para soñar, vine a estar despierta para cumplir mis sueños.
Por: Cindy Torregrosa C. / @nana_torregrosa
