Ser costeño es la ver… la verdadera razón por la que soy feliz
Estoy en Bogotá, donde la gente anda con la cara colorá, donde los de la cicla van por una carreterita chiquita, los trancones son uno de los paisajes que estamos obligados a ver, la gente tropieza sin querer y todos, absolutamente todos, hablan como cantando.
Vengo al menos una vez al año, por aquello de que no hace daño y de tanto que he venido nada de esto me es desconocido; pero, al parecer, para ellos, los cachacos, los rolos, o como les llamen, sigue siendo apoteósico la manera en cómo nos expresamos y nos comportamos.
Les confieso, a veces es hasta divertido.
Si me llaman al celular, respondo: “¿Aló?, ajá, ¿y tú qué?” y automáticamente todas las miradas se voltean hacia mí, cual si fuera una estrella de no sé dónde. Y si estoy en una tienda comprando algo con un billete que me toque esperar el restante del dinero y por alguna razón el tendero olvidó entregarme lo que falta, le digo: “amigo, ¿y el vuelto?”. El tendero me corrige y dice: “¿quiso decir las vueltas?”; mientras tanto, yo me pregunto, ¿cuántas vueltas tengo que dar para esperar el vuelto?
Esto, por ponerles otro ejemplo: estábamos de rumba con amigos. Llegamos a la mesa, llega el barman y no falta el que sin dejarlo ofrecer la carta, inmediatamente dice: “brother, 4 frías”. Se imaginarán la cara del mesero, ha de estar interpretando aún lo que quiso decir.
El punto es que este tipo de situaciones son divertidas. La diversidad de Colombia es lo que nos hace únicos, nos hace tan iguales y al mismo tiempo tan diferentes.
También nos hacemos notar al subiernos a un bus y nos encontramos con un conocido que no veíamos hace tiempo. Nuestra reacción es decir: “no joda, mijo (a), ¿dónde te habías metío?”, contando con la grata sorpresa de que enfrente tenemos a el llave del candado, “no joda, mi llave, estaba en la samaria. ¿y tú qué, cómo anda la vaina?”.
Somos tan alejados del usted y del su merced, como del vé y del oís. Es que es una dicha no ser de por aquí, y no tengo nada en contra de los cachacos, los paisas, los pastusos, los vallunos, los cafeteros, contra ninguno en general; solamente soy una costeña orgullosa de nacer en la tierra donde la brisa pega más del aire libre que del abanico, donde se juega fútbol a pie descalzo, donde la cerveza es fría, donde el Old Parr es el señor de las fiestas, donde bailamos hasta el amanecer y jodemos hasta el anochecer, donde mamar gallo es tomar del pelo y donde, por más que uno se vaya lejos, siempre quiere volver aunque estemos pelaos (no tenga plata).
“¿Y entonces, pa qué estudiamos?”, es la manera de decir que somos verracos; “vámonos de sancocho”, es el popular paseo de olla y “nos pillamos en la jugada”, es nos encontramos donde acordamos. No es cuestión de ser “corronchos”, es lo que nos hace diferentes y por lo que nos debemos sentir orgullosos.
Bailamos hasta el cansancio, hasta decir “estoy mamá”; a veces somos escandalosos, “hacemos tronco e bulla”; hablamos rápido y algunas veces enredado, “pa que decí que no, si sí”; obviamos la ese (S), “ah pue, la misma vaina da”; pero, por sobre todas las cosas, siempre estamos felices; y si por alguna razón no es así, “la cojemos suave y no nos metemos a locos”.
¿Esa es la que te cae? Nos pillamos en El Rincón.
Por eso y por muchas razones más, “ser costeño es la ver… la verdadera razón por la que soy feliz”
Por: Cindy Torregrosa C. / @Nana_Torregrosa