Las filas y yo
Supongo que no soy la única que va a almorzar a un centro comercial en hora pico; por la misma razón que supongo que no soy la única que le toca hacer largas filas con tal de saciar su apetito.
Llegué con hambre al Centro Mayor, hice una fila del largo de una estación de Transmilenio, esperé no sé cuánto tiempo porque el hambre no me dejó calcular y cuando logré mi turno, esperé a que vibrara el aparto del turno que dan, mientras buscaba enloquecida una mesa para almorzar.
Vibro el cuadrito, me acerqué a buscar el pedido y aún no encontraba mesa. La gente enloquecía buscando donde sentarse. Cual si fuera una maratón corrían en cuanto veían que una se desocupaba.
No me pregunten cómo, pero logré comerme el almuerzo. Entonces, con la barriga llena, quise ir a cine a ver Ouija. Y adivinen qué, otra colota.
O era el domingo de las filas, o me equivoqué de día para ir a un centro comercial. En todo caso, como querer es poder, hice una fila de hora y media. Sí, leyó bien, hora y media para comprar una entrada a cine y dos horas para esperar a que empezara la función.
¿No me gusta esperar? ¿Odio las filas?, pues, este domingo tenía mucha hambre, pereza de cocinar y quería ir a cine y como dice mi abuela, “¿quieres gusto?, aguanta”.
Iba olvidando pagar DirecTv y justo iba a perderme la emisión de Miss Universo. Corrí a un punto de pago y adivinen… ¡Otra fila!.
Calculé el tiempo de espera para la función y el tiempo que me podría demorar haciendo la fila para pagar el cable y me decidí a quedarme quieta en fila india mientras llegaba mi turno a la caja. Esperé lo suficiente y al llegar a cancelar, ¡oh, sorpresa!, la cajera con voz melodiosa me dice: “Lo siento, señorita, no tengo sistema de pago ni recarga para esta empresa”.
¡Geniaaaaaaaaal!, esperé de pie, desesperándome y casi enloquecida por el tumulto de gente, para llegar a verle la cara y escuchar tan excelente noticia. Con ganas de gritarle lo que acaban de leer, me decidí a simplemente contestarle: “Gracias”.
Corrí a la Panamericana, con la suerte de verme nuevamente en una fila. Ya haciéndola, recuerdo que era domingo y la mayoría de colegios entraban al día siguiente. Un conjunto de torpezas que sólo me ocurren a mí y al Chavo. “Todo sea por ver a Paulina ganar”, decía.
Llegué al cajero, pagué el bendito recibo y subí nuevamente al cine. Faltaba una hora para la función.
Se me ocurrió la brillante idea de comerme algo en Juan Valdés y una fila más para mi antojo.
Media hora antes de empezar la película, hice la última fila del día para comprar las crispetas.
Desde entonces entendí el famoso refrán de abuelos y padres: “el que no quiere caldo, se le dan dos tazas”, en mi caso, en refrán tomaría nuevos término, “el que no quiere fila, que no vaya un domingo a un centro comercial”.
Por: Cindy Torregrosa C / @Nana_Torregrosa